Además de ser la estrella oculta de la moda internacional, Alexander McQueen fue un gran poeta, autor de las frases más rotundas y tenebrosas que haya escrito jamás un diseñador. «El miedo siempre ha sido mi mejor amigo», «voy a llevaros a viajes con los que jamás hubiérais podido soñar», «mis desfiles son el vehículo de mis fantasmas»... Las sentencias del modisto británico nunca presagiaron nada bueno. La fatalidad segó su vida el 11 de febrero del pasado año. La moda perdió al creador más impactante de las últimas décadas. A un genio que cortaba muchos vestidos a ojo y al que jamás se le vio utilizar un patrón. A un creador «atrevido, excitante y original», según John Galliano. A un visionario, a juicio de Daphne Guinness, la mayor compradora de alta costura, que proyectaba el futuro «utilizando el cuerpo humano como lienzo».
El irreverente sexto hijo de un taxista de un barrio deprimido del este de Londres y estandarte de la generación de nuevos diseñadores se ahorcó con la ayuda de una soga a la semana siguiente del fallecimiento de Joyce, su madre, y pocos años después de Isabella Blow, su descubridora. El suicidio de su íntima amiga con un bote de insecticida, en 2007, al conocer que padecía un cáncer de ovarios, le sumió en una profunda depresión de la que jamás se recuperó. Lee, Alexander, McQueen, Alexander McQueen... El hombre que respondía a tantos nombres e hizo de las calaveras y huesos una iconografía especial se rio de los más pacatos con escenografías plagadas de aves rapaces, insectos, serpientes retorciéndose y mujeres con crestas de plumas doradas. Un fantástico universo en el que era muy difícil separar la realidad de lo onírico. Sus diseños eran el reflejo de su angustiada mente, aunque de puertas para afuera su vida pareciera una fiesta continua.
No se puede decir que la esperase, pero a Karl Lagerfeld, director artístico de Chanel, tampoco le sorprendió la defunción de este artista que cosió en el forro de una chaqueta del príncipe Carlos de Inglaterra la expresión 'I'm a cunt' ('soy una mierda) cuando trabajaba como aprendiz de sastre en la elitista calle de Savile Row. «Quizás a fuerza de coquetear con la muerte, ésta acaba atrayéndote. Triste demostración de que la moda y el talento no siempre bastan para ser feliz», aseveró el 'kaiser'. Su funeral se convirtió en uno de los acontecimientos sociales más relevantes de la pasada temporada. Naomi Campbell, Sarah Jessica Parker y Kate Moss convirtieron las escalinatas de la catedral londinense de St. Paul en un impresionante desfile-homenaje con sus taconazos de formas imposibles (los famosos 'bondage') y sus creaciones extraterrestres. Al sepelio solo faltó Lady Gaga, una de sus fervientes admiradoras de nuevo cuño.
Posiblemente, el Comandante del Imperio Británico, reconocimiento con el que la reina Isabel II distinguió a este modisto, se habría retorcido de gusto viéndolas a todas desde su tumba. «Vestir a la gente con la que tengo afinidad es la única manera de hacer algo bueno». Esta era la filosofía del 'hooligan de la moda', otro de los sambenitos con los que cargó en su corta vida. Siempre seguida de cerca por su madre, que no se perdió un desfile suyo desde el 'front-row'. Pero, ¿qué deja Alexander, el poeta del pesimismo y siempre orgulloso de sus humildes orígenes? Para Suzy Menkes, una de las grandes editoras de moda, su personaje se definía por una «personalidad irreverente y advenediza». La periodista del 'Internacional Herald Tribune' definió los desfiles de McQueen como una «montaña rusa de imaginación y talento». Creó, en su opinión, un «léxico fashion» con abundantes estampados escoceses, en un claro guiño a los ancestros familiares. Dedicó la colección 'Highland Rape' a la «violación» de Escocia por parte de los británicos. Según Menkes, mantenía una relación de «amor-odio» con la belleza.
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